El otro rico

Soy ese rico vestido de púrpura y de lino: soy tuya, Señor; a los ojos del mundo, estoy más cerca de ti. Soy ese hombre que banquetea espléndidamente cada día: lo he dado todo por ti; valiente –dicen–: lo he dejado todo. Soy ese epulón que acumula riquezas en vida; lechos de marfil, vino en copas, perfumes exquisitos. No, no me pesa el desastre de José, ni el de Lázaro; ni siquiera me compadezco de quien a mi lado está sufriendo. En realidad, no me tomo en serio tu cruz. Tengo fajos de soberbia, soy rica en prejuicios, enloquezco de tanto pensar. Estoy cubierta de llagas, provocadas por el pecado. No hay perros alrededor, pero el demonio se acerca para reírse de mí. Estoy en medio de los tormentos: me desespero, me torturan estas llamas en vida, me arde todo por dentro. Dame un poco de agua, por favor, aunque sea con la punta del dedo...

He comprendido lo que debo hacer con Lázaro y con tantos otros hermanos a los que doy la espalda cada día: amarlos. Tú mismo lo dejaste claro: «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo»; y San Pablo insiste en que guarde el mandamiento sin mancha ni reproche. Amar, solo amar, aunque duela. Yo también quiero sentir el peso del amor. Sé que me has creado única e irrepetible para participar en tan bella creación. Las hojas bailan desde que tú las creaste... «Y se quedarán los pájaros cantando». Tú lo viste, Señor, todo era bueno; yo lo veo en el vuelo de cada vencejo sobre el atardecer. Somos tu imagen y semejanza, tu mejor obra de arte. ¿Cómo no amar al prójimo como a nosotros mismos? ¿Cómo no amarte a ti sobre todas las cosas?

«Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron». ¿Son verídicas tus caricias? ¿Tienen cosquillas los ángeles? ¿Sonríes cuando te miro? ¿Qué quieren decirme tus silencios? Si escuchásemos los sonidos ahogados; si viéramos crecer juntos esas semillas que plantamos; si mi mano izquierda supiera lo que hace la derecha... Y si no hubiera cielo, ¡qué haríamos! Te hablo, Señor, con el corazón en una mano y toda mi miseria en la otra. Sé que no es lo importante, pues tú lo sabes todo; y, como nos dice Abrahán, a nosotros, los ricos en pecados: Si no escuchan a Moisés y a los profetas no harán caso ni aunque resucite un muerto. Cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya, y si no encuentro la palabra exacta.... Cómo quejarme del dolor sin hacer sordo el ay de la humanidad. Cómo decirte que me has ganado poquito a poco (1). Cómo mostrar mi frustración sin apagar el fuego que tú quieres para el mundo. Cómo, Señor, si solo Tú bastas... Es inmenso el abismo que nos separa; no podemos cruzar hacia vosotros.

Quizás si soltamos todas nuestras riquezas... Yo, tú... Mira al prójimo con más amor; di que le quieres, que le apoyas, que lo aceptas como miembro único de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo. Mira a uno y otro lado... ¿Lo ves? «¡Es el Señor!» Da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, sustenta al huérfano y a la viuda. Cada uno a su manera, con los dones que Él mismo reparte.

Lee, reza, escribe: que tu alimento sea la Palabra de Dios; que te dé aliento el Espíritu Santo; que calme tu sed la sangre de Cristo. Pero, ante todo, calla. Si escuchásemos el sonido del silencio y sintiéramos las caricias de Dios, ¡cuánto más callaríamos! Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado.

«Oh, Jesús, sé por un solo día mi dulce protección...». Ser sin ser en el silencio... «¡Nada más que por hoy!» (2).

¿Qué es la vida si ni el cielo podemos repartirnos? ¿Qué, si no un Dios oculto en lo secreto, en cada margarita de pétalos impares; un Dios hecho sombra, hecho huella, hecho camino? Alaba, alma mía, al Señor. ¿Qué sería la vida si ni siquiera Tú existieras? Bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, estoy aquí, echada en tu portal; tengo ganas de saciarme de la mesa del rico, de ese que bebe de tu misericordia. Dame el agua que manaba de tu costado. Solo tú, Jesús, puedes cargar la cruz. Solo tú. A ti honor e imperio eterno. Amén.

Sor Eva María de la Soledad, O.P.

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario -ciclo C-:
Am 6,1a.4-7; Sal 145,7.8-9a.9bc-10; 1Tim 6,11-16; Lc 16,19-31

(1) Cómo hablar, Amaral: www.youtube.com/watch?v=DjkLlTLMNDs
(2) Mi canto de hoy, Santa Teresa de Lisieux

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