VÍA CRUCIS 2023

Mt 26,36,46. Primera estación. Jesús en el Huerto de los Olivos.

Unos olivos fueron testigos de tu grandeza: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».

Nosotros dormíamos. Tú orabas.

Solo las hojas bailaban.

Aquel Huerto se hizo oración ante Ti.

Tu soledad lloraba.

 

Mt 26,47-50. Segunda estación. Jesús es detenido traicionado por Judas.

Ahora ya es tarde.

Un beso sella la traición.

No valen los lamentos ni los impulsos ni las huidas.

El verdugo ha capturado a la víctima.

El remordimiento al perdón.

La miseria al corazón.

No, no es ninguna pesadilla. ¡Despertémonos! Es la Vida real: Vida que se escapa, se esfuma; desaparece entre la brisa que mece aquel Huerto de Olivos.

Todos llegamos tarde.

 

Mt 26,57-59. Tercera estación. Jesús es condenado por el Sanedrín.

A esos que hablaban en nombre de Dios...

A esos que tanto sabían de divinidades...

A los que te tacharon de blasfemo, a Ti, que eres Uno con el Padre...

A esos que veían el mal donde lo había...

... que buscaban excusas para acusarte;
... que te señalaban con el dedo, como si tu silencio te hiciera invisible.

A esos...

A todos esos tan sumamente puros,
con tan grandes capacidades para juzgar al Amor que vibra en cada alma...

A esos...

¿No nos parecemos todos un poquito?

 

Mt 26, 69-75. Cuarta estación. Jesús es negado por Pedro.

No. No. No.

Tres veces no.

Y cien más si hace falta.

No te conozco.
No te he visto.
No sé quién eres.

¡No!

...

(Duele hasta recordarlo...).

...

¿Tú conmigo? ¡Jamás!
¡Fuera de mi vista!
¿Ese tal Jesús...? Ni lo sé, ni me importa.

¡No!

...

(Duele también repetirlo...).

...

¡Que no!
¡Que me dejes!
¡Que te he dicho que NO!

...

Y así, día tras día.

 

Mt 27, 24-26. Quinta estación. Jesús es juzgado por Poncio Pilato.

Un gesto. Un simple gesto.

Él no quería, de verdad.
Sabía que eras inocente.

Pero lo hizo.

Se lavó las manos.

Y ahí te dejó...
Solo y en silencio.
Como si con un criminal tratara.

Y te miró.
También solo y en silencio.
Como si al mismo Amor condenara.

 

Mt 27, 27-31. Sexta estación. Jesús es azotado y coronado de espinas.

No era una noche cualquiera.
Era TU Noche.

Era la ausencia del Padre.

No era un silencio de palabras.
Eras Tú, la Palabra, hecha silencio.

La presencia del Amor.

El vacío del Espíritu.

No era, la tuya, cualquier NOCHE.
Dios, todo Tú, sin tiniebla alguna.

Por cada espina salió una estrella.

 

Mt 27, 24-26.31. Séptima estación. Jesús es cargado con la Cruz.

Se acabó.

Ha llegado el momento.

Las tinieblas ya asoman...

Todo son gritos, burlas, latigazos.

Es tu turno.

Coge esa Cruz y demuéstrale al mundo lo que es el Amor.

A cada paso,
a cada golpe,
a cada caída...

Miraremos para otro lado.

Te toca a ti.

Solo Tú puedes hacerlo.

Carga con nuestros pecados.

Mientras tanto, nosotros... Seguiremos cometiéndolos.

 

Mt 27, 32. Octava estación. Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la Cruz.

Me obligaron a cargar la Cruz.

Yo no quería.

Me mantenía distante,
viendo de lejos el horror en torno a aquel madero.

De un empujón me planté detrás de Ti
y elevé un poco ese pesado tronco.

Tú te giraste, jadeante,
y me miraste.

Y en ese momento lo entendí todo.

 

Lc 23, 27-32. Novena estación. Jesús se encuentra con las mujeres de la ciudad de Jerusalén.

No sé de dónde sacaste las fuerzas...

Después de juzgado,
condenado,
herido,
maltratado...

Todavía tenías ganas de seguir amando.

Todavía fuiste capaz
de detenerte ante nosotras
y abrazarnos con tu Palabra.

No podíamos dejar de llorar,
como no puedo dejarlo ahora por mis continuas faltas.

De haberlo tenido la certeza...
De haber sido consciente...

Perdón, Señor.

 

Mt 27, 33-35. Décima estación. Jesús es crucificado.

Esas manos que tanto sanaron...

Esos pies que tanto caminaron...

Esas llagas...

Tu costado...

Todo Tú.

Ahora colgado.

Inerte. Acabado.

Solo.

Desechado.

Todavía un poco más...

Aguanta...

 

Lc 23, 39-42. Undécima estación. Jesús promete su Reino al Buen Ladrón.

A los dos nos crucificaron.

Tres. Éramos tres.

Tú, el inocente; nosotros, culpabilísimos.

Ese, no sé...

Yo... No he sabido de Ti hasta ahora.

Y «hoy», dices. «Hoy»... Y contigo.

Me ha bastado ese brillo en tus ojos de «No dejo de amarte» para creer.

Hoy. Contigo. Para siempre.

 

Jn 19, 25-27. Duodécima estación. Jesús en la Cruz, la Madre y el discípulo amado.

No tengo palabras para explicar este momento...

Tu Madre,
mi Madre.

Rota, destrozada, hecha añicos.

Y Tú ahí...
Y yo aquí...

Y todavía cuentas conmigo.

No habrá más truenos; ¡ni tormentas siquiera!

La acogeré.
Me acogerá.

Y los dos acurrucados descansaremos eternamente en tu pecho.

 

Mt 27, 48-50. Decimotercera estación. Jesús muere en la Cruz.

- Silencio -

 

 

 

 

 

Mt 27, 60. Decimocuarta estación. Jesús es colocado en el Sepulcro.

Aquí me tienes, Señor... Aquí me tienes.

Lo he visto todo. Lo he sentido todo.

He estado cerca de cada una de las personas que te han acompañado en tu Pasión. Me he puesto en la piel de todos ellos...

Lo he sentido todo. Lo he visto todo.

Y torpemente lo he representado con trazos rápidos, colores vivos y noches oscuras... Porque no ha sido la mejor de las Cuaresmas, Tú lo sabes. O tal vez haya sido la mejor de todas: el desierto; el más puro desierto, donde mi mirada te busca y no te encuentra; donde el vacío busca llenarse contigo, pero sin Ti; donde el demonio acecha, echamos un pulso... Y gana. Porque he caído una, dos y tres veces.

Pero me he levantado. Tú me has levantado. Y he vuelto a cargar la Cruz. Pero no la tuya, porque con esa no puedo. He cargado la mía y otras cuantas, como me enseñaste desde pequeñita, de aquellos que cayeron antes de adentrarnos en el desierto. Lo sabes, ¿verdad? Tan bien sabes lo que es vivir y lo que es morir. Y «dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente».

¿Es esto la auténtica Cuaresma?

Aquí me tienes, Señor... Aquí me tienes. Sentada frente a este sepulcro improvisado que en tres días quedará vacío. Y de aquí no me moveré, porque no veo la hora de cantar el Aleluya, de volver a tenerte conmigo y bailar con mi soledad.

Y sé que entonces todo estará bien.

Yo lo he visto, créeme.
Lo he sentido.

De aquí no me moveré.

* * *

Sor Eva María de la Soledad, O.P.

Comentarios

  1. Profundo, bello, sentido...Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Señor por este viacrucis que me has hecho llegar hoy precisamente cuando sales a mi encuentro en tu pasión, junto a mi hermano doliente, tu doliente, en el hospital. Acojo esta reflexión de vida en mi vida y te abrazo Señor. Gracias sor Eva por dejarte ser instrumento del Señor

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

«Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, 16pero con delicadeza y con respeto» (1Pe 3,15-16).