Con otra mirada
Generalmente conocemos a las personas en contextos muy determinados. Aunque no mediemos palabras con ellas, en el trato frecuente nos dejan ver su forma de ser, de actuar, sus gestos, sus modales, incluso sus criterios y formas de pensar. Todos dejan algo de sí mismos en cada uno de nosotros. Nos imaginamos, con sus idas y sus venidas, qué hacen, adónde van, con quiénes se encuentran... Compartimos todos un momento, un instante, el espacio entre que las vemos y dejamos de verlas. Vivimos el mismo presente.
Pero nadie sabe de las luchas y sufrimientos que las mantienen inquietas, alertas, quizás; de los esfuerzos y sobreesfuerzos que las mueven; nadie ve las lágrimas ahogadas o sus gritos en el silencio. Porque también todos tenemos heridas abiertas que escuecen cuando se tocan, aunque no se hable de ellas, aunque no vengan al caso.
El ser humano es un complejo cúmulo de experiencias en el que influyen demasiados factores, tanto externos como internos, que determinan cada una de nuestras acciones, cada una de nuestras palabras, incluso cada uno de nuestros silencios.
Tan complejo es que a veces una mirada poco adecuada, un comentario desacertado o un gesto fuera de lugar, pueden derrumbar todo su mundo. De lo contrario, algo tan simple como una palabra a tiempo, cuatro huellas al andar o una mano tendida, recomponen hasta los escombros más destruidos.
El día que descubramos la Bondad de Dios, que el Amor llame a nuestra puerta y lo dejemos entrar, cada uno, dentro de sí, ese día miraremos a los ojos al prójimo y sabremos dónde se halla el rostro del Dios que tanto nos ama.
Ese día, mirémoslo bien y no apartemos de Él nuestros ojos. Porque la sabiduría de los sencillos está hecha de algo tan simple como el barro, de ese barro con que Él mismo nos modeló y, aunque frágil, sabe que está en Buenas Manos.
Sor Eva María de la Soledad, O.P.
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«Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, 16pero con delicadeza y con respeto» (1Pe 3,15-16).