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CARTA A SANTO DOMINGO

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Padre Domingo –ahora que puedo llamarte «padre»... Y me gusta llamarte «padre», y provocar las risas del que otorga este permiso, sin dejar de ocupar el lugar que nadie más que él llenará jamás–... Padre Domingo, la gente se sienta en un banco de una iglesia, en una silla en su casa o en algún banquito en una suerte de «oratorio» improvisado para dirigirse a nuestro Dios y Señor. Hoy la oración parece aburrida. Nadie habla de los caminos, como los que tú anduviste en presencia del Señor; ni del bello acto de elevar los brazos al cielo, queriendo rozar las caricias del buen Dios... La oración es algo serio que cierra los ojos –y a veces invita al sueño...– y concentra nuestras energías en lo más íntimo de nuestro ser. Con Dios o sin Él. Quieren llamarla relajación, meditación, mindfullness... Sin embargo, padre, tu oración sigue presente en nuestros días. La gente no lo ve, porque no te conoce, ni saben qué es Dios; pero todos llevamos a cabo cada uno de los nueve modos de orar que algu...